Director, técnico y actor de doblaje venezolano, Renzo Jiménez
Detrás de las mil pieles
Es reconocido en Latinoamérica por doblar a Calamardo Tentáculos, uno de los personajes principales de Bob Esponja. Y es el pionero de la enseñanza del doblaje en Venezuela
Él entra a la habitación, mientras se quita los lentes oscuros. Los que están allí enmudecen, como si él trajese consigo el silencio. El hombre se sienta, sin mirar a nadie, y descansa los codos en sus piernas, junta las puntas de sus dedos y sobre los pulgares apoya el mentón. Los que lo observan esperan ansiosos una palabra suya, están allí porque admiran lo que él puede hacer y porque quieren hacerlo también algún día. Todos ansían secretamente que el señor los salude, y que en algún momento les demuestre que realmente es él la persona cuya voz se escucha cuando habla el calamar azul, vecino de Bob Esponja, allá en Fondo de Bikini. Otros esperan que lo que diga sea “Soda de naranja”, como lo hacía cuando le daba su voz a Kel, un joven muy cómico de una serie de Nickelodeon.
“No me importa si les caigo bien o si les caigo mal, no vine aquí para eso… Vine a enseñar”, son las primeras palabras que pronuncia el director y actor de doblaje, Renzo Jiménez, con un tono calmado, pero haciendo especial énfasis en las tres últimas palabras. Él piensa que la enseñanza es mágica, porque puede escribir sobre el alma de las personas; pero sabe perfectamente que debe ser agresivo para lograr, que aquellas personas que quieren ser actores de doblaje, en tan solo 30 días, hablen de una manera diferente. Así comienza la clase, de un curso que viene realizándose desde hace 14 años.
No muchos saben que Venezuela es uno de los primeros países productores de doblaje. Renzo Jiménez es el pionero de la enseñanza del doblaje en Venezuela, y eso le encanta. Él sabía que en algún momento la industria del doblaje sería cada vez más demandada, pero nadie había pensado en eso, y tampoco se habían preocupado por formar a los actores de doblaje. “Me encanta ir por la senda de lo inseguro. Lo seguro ya no tiene misterio para nadie”, dice con cierta sonrisa de satisfacción. Gracias a su iniciativa los estudios de doblaje tendrían cada vez más voces nuevas, y como él mismo dice, no acabarán transformándose en una especie de élite u status quo, a la que es muy difícil ingresar. “Cuando te vas de este mundo, vas a dejar en tu área de influencia un mundo mejor que el que tú conseguiste. Hay gente que me pregunta ¿Cuándo se dobla mejor, antes o ahora? Yo digo ahora. Porque ahora son profesionales, pasan por una escuela y un filtro que hace esto sea cada vez más una industria grande, y más estratificada”. Cuando habla cuida cada una de sus palabras, pronuncia todas las “s”, y rasga las “j”.
Este individuo odia la mediocridad, la mentira, el populismo, la gente que puede prometer lo que no puede cumplir, a los que dividen el mundo en dos mitades. Los mapas que dividen al mundo en estados.
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Sentado en un jardín y mirando al cielo, se encuentra Alberto Figueroa. Está recostado totalmente del espaldar de la silla y apoya uno de sus brazos en el de su asiento. Es una persona de apariencia tranquila, pero cuando sonríe advierte sin palabras que de un momento a otro te puede llegar a sorprender.
Cuando puede, va al gimnasio en las mañanas. Siempre almuerza o cena fuera de su casa. Después de una larga jornada de trabajo, regresa a su hogar, donde se encuentra con sus mejores amigos, los libros y las películas. Con más de 500 películas y comprando más de 10 o 20 al mes, es realmente un cinéfilo empedernido.
Habla con orgullo de su hijo de 13 años, Arturo, con el que pasa los fines de semana. Disfruta de llevarlo al colegio, al teatro, de estar ahí siempre que él lo necesite; de enseñarle a ser responsable, el valor del trabajo, a tener sentido de la ética, el respeto, la honradez, cómo ser hombre… los valores que alguna vez le enseñaron a él y que lo han convertido en lo que es hoy. Admira profundamente la honestidad, la nobleza y la grandeza de las personas.
Alberto Figueroa es un tipo común y corriente.
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El reconocido actor de doblaje Renzo Jiménez y el paternal Alberto Figueroa, tienen características físicas exactamente iguales. Ambos son un poco más bajos que la estatura promedio. Tienen la piel morena, medio gitana y medio india. El cabello oscuro y alborotado, con mechones que caen sobre su frente y usan la barba con forma de candado. Sus ojos son almendrados y tienen nariz grande. Además, específicamente, a ambos los caracteriza un lunar bajo el ojo izquierdo, junto a la nariz, y otro un poco más grande en el lado izquierdo de la frente.
No se trata de las coincidencias de la vida, ni de que ambos sean gemelos separados al nacer, cual novela mexicana. Se trata simplemente de esa peculiar capacidad camaleónica que poseen los actores.
Renzo Jiménez y Alberto Figueroa son la misma persona.
“Básicamente Renzo Jiménez es un señor que yo me inventé para la industria, es un nombre por el cual la gente me pueda buscar como profesor, como amigo, como compañero, como maestro, como guía. Ese señor Renzo Jiménez no existe”. Pero es gracias a él que Alberto Figueroa puede disfrutar de los beneficios del anonimato, para ir a cualquier lugar a tomarse un café, o para ir al estadio a ver el juego de Los Leones del Caracas.
El Jiménez es por el apellido de su madre, mientras que “Renzo”, cuyo significado galo es “Príncipe”, es el nombre que su padre, Lorenzo, quería ponerle. Sin embargo, su madre decidió, influenciada por un protagonista de novela, que se llamaría Alberto José. “José se llama toda la población del mundo”, se queja Alberto.
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“Fantasear…”, dice Alberto Figueroa con la sonrisa de quien recuerda momentos gratos, y mira hacia el cielo como si éste le mostrara, con las nubes como actores, una representación de sus recuerdos.
Lo arrullaron con tangos y creció con historias fantásticas y épicas. Cuentan sus hermanas, Josefina y Gladis en un documental, que Alberto solía andar disfrazado de pequeño. Tenía un disfraz de El Zorro que muy poco se quitaba. Él era el Zorro. Era un niño muy creativo, inquieto y ocurrente. En una ocasión le pusieron una máscara especial porque iban a operarlo de las amígdalas y se aprovechó de eso para fingir cosas. “Hacia así como si iba a darme una cosa y mi mamá creía que yo tenía un problema cerebral. Ya jugaba al actor desde pequeño”, cuenta sin poder deshacerse de la sonrisa.
Mientras iba creciendo, parecía que vivía un “¿Truco o trato?” constante. Jugaba a la ouija con sus amigos para asustar a las jovencitas. En sacos aparentemente “ensangrentados” metía cornetas con un audio que dijera “¡Auxilio, socorro, me cortaron la mano!” para asustar a las personas. Armaba trampas con fuegos artificiales que estallaban cuando la víctima abría la puerta. También le lanzaba piedras y palos a los autos. “Me caía a golpes con todo el planeta”, dice antes de un silencio que en su mirada parecía más un flashback.
Le decían “Contrabando”, por llevar dulces escondidos en su ropa, y “Sapo negro”, pero nunca supo por qué. En su adolescencia sus travesuras se volvieron más arriesgadas e irreverentes (características que lo siguen acompañando hoy en día). “Una vez un policía me dijo “Cédula. Contra la pared”. Y yo agarré la cédula y se la tiré contra la pared”, cuenta. Sigue teniendo problemas con la autoridad, porque no está de acuerdo con quien no ha ganado su respeto. Se ganó una cicatriz en la pierna que le recuerda que es tan arriesgado como para atreverse a entrar a una “encerrona” en España, desnudo, con un capote rojo para golpear a un toro de 680 kilos. Alberto se ríe y dice que se sigue burlando del mundo, porque el humor es signo de inteligencia.
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Figueroa es abogado, básicamente porque siempre ha tenido un sentido muy fuerte de la justicia, porque una prueba de actitud académica le dijo que él debía ser abogado, y porque el título le sirvió para entregárselo a su madre y sentirse libre. Mientras estudiaba la carrera de Derecho, se hizo locutor. Él sabía que con su voz podría iniciar un camino interesante. Paralelamente estudió Teatro, porque le gustaba ser otro, calarse con otras pieles o vestuarios. “Ser uno todo el tiempo es aburrido”.
Fue gracias a un anuncio en el periódico que entró en la industria del doblaje, como director y técnico. Allí se consiguió con que dirigir actores de doblaje no era igual a dirigir actores de televisión o de teatro. “A los actores de doblaje les diriges el corazón. Cuando ellos aprenden la técnica, tienen que trasmitir lo que quieres decir con lo que dicen, y no hay otra manera que a través del corazón”.
Un documental dedicado a él, llamado “Renzo Jiménez, pionero de la enseñanza del doblaje de voz en Venezuela” muestra la escena de la novela con la que debutó como actor de doblaje. En la trama había una mujer que siempre les contaba a sus amigas que algún día su enamorado iría a buscarla, y en la escena, que es además el final de la novela, llega por fin el hombre que ella tanto esperaba y le dice “Hola”. Y eso fue todo lo que dijo Renzo.
Para caracterizar a un personaje, ya sea como actor de teatro, de cine o de doblaje, Alberto Figueroa busca sentirse como el personaje. “Tengo que respirarlo. Si es un homosexual tengo que empezar a sentir amor por lo que él siente. Si es un asesino tengo que verlo desde la perspectiva desde la que él lo ve, de lo contrario permito que mi propia personalidad haga rechazo de ello, y si hace rechazo de ello, pues… no podría. Me puedo poner perfectamente en el rol de un asesino, eso es lo que es ser actor. Ponerte mil pieles, morir mil muertes, vivir mil vidas. Eso es lo maravilloso de esto, por eso lo elegí. Vivir una experiencia no necesariamente tiene que significar que lo harás algún día, pero si la puedes vivir y hacérsela vivir a otros, esa es la magia del actor”.
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Quien no lo conoce imaginará que es un muy costoso lapicero aquello que cuelga de su cuello. Quien no lo conoce se extrañará cuando él lleve éste objeto a su boca y cierre los ojos unos segundos, mientras lo inhala. Quien no lo conoce observa este momento con curiosidad y sobretodo aguarda, porque rituales así no deben ser interrumpidos. Entonces él abre los ojos, y observa a la nada, o algún punto imaginario que suele estar en el cielo. Solo cuando escapan de sus labios, a bocanadas, las pequeñas nubecitas de vapor atípicamente perfumado, y se pierden en el aire, quien no lo conoce comprende que se trata de un cigarro electrónico.
“Si ser exitoso significa estar satisfecho con lo que has hecho. Estar aquí y ahora mismo. Entonces sí, soy exitoso. Si ser exitoso significa tener mucho dinero, no tener libertad… entonces no soy exitoso”.
Renzo Jiménez se despide con un apretón de manos, y Alberto Figueroa con un abrazo.
Cabrera Navid